Por: Federico Amigo
El pasado te condena. Hay que borrarlo, desaparecerlo, eliminarlo, quemarlo, cambiarlo, prohibirlo. Cualquier método sirve para deshacerse de él. Si existe, hay posibilidad de cambio. Si no se lo conoce, todo es presente. Sin historia no hay sentimiento de arraigo y pertenencia. No se construye un futuro (mejor o peor), sino que se vive un hoy inalterable y permanente. “Quienes quedan fuera de la historia mueren para siempre, es el último despojo al que nos somete el sistema, no dejar de nosotros siquiera el recuerdo” 1, sostiene Felipe Pigna.
Las distópicas obras 1984, Fahrenheit 451 y Un mundo feliz ponen el acento en la destrucción de la conjugación pasado-presente-futuro. En 1984 existe sólo una historia oficial, plausible de manipuleos y acomodos, conforme a las urgencias del momento. En la novela de Ray Bradbury no deben quedar vestigios del pasado. La apuesta es más fuerte y explícita: los libros deben ser quemados, aun con sus dueños. En cambio, en la narración de Aldous Huxley el sistema configura a sus propios hombres y mujeres, los modela a gusto y piacere. El proceso Bokanowsky es el que determina qué tipo de personas van a ser y sostiene la estabilidad social: cada una de las “especies” creadas están predestinadas a ocupar y cumplir cierto rol en la sociedad. Quienes no comulgan con ese mundo de diversiones son separados. Pueden pergeñar un futuro mejor, pero en otro lugar. Lejos y aislados del universo conocido, en Islandia: “Cuantas personas que, por encontrar una u otra causa, han alcanzado demasiada personalidad para poder adaptarse a la vida en común. Cuantas personas no están conformes con la ortodoxia. Cuantos tienen ideas propias. Cuantas, en una palabra, son alguien.” 2
Esa supresión de la identidad, tan tristemente conocida en la Argentina, también atenta contra la propia historia, contra la idea de que las cosas no siempre fueron ni deben ser así. Las voces del disenso son acalladas. Los pensamientos díscolos son perturbaciones mal vistas, que deben salirse del sistema. Hacia una isla, arrojados al mar o asfixiados en una cámara de gas. Así, si no existen las particularidades y los rasgos distintivos todas las personas son iguales en cualquier lugar y momento. Ya sean de Mozambique o Australia, vivan en Inglaterra o Indonesia. Todas las historias son homogéneas. Ergo, los remedios son siempre los mismos.
Ante un pensamiento único y una visión de la realidad que no admite las diferencias, los problemas, sin importar sus orígenes, tienen una sola vía de solución. El capitán Beatty, en Fahrenheit 451, lo explica con sencillez:
“Si no quieres que un hombre sea políticamente desgraciado, no lo preocupes mostrándole dos aspectos de una misma cuestión. Muéstrale uno. Que olvide que existe la guerra. Es preferible que un gobierno sea ineficiente, autoritario, y aficionado a los impuestos, a que la gente se preocupe por esas cosas.” 3 Bienvenidos al mundo del pensamiento único. Cualquier variante a la realidad establecida puede ser tildada como subversiva, terrorista, insurreccional, anómala, peligrosa, hereje. Mantenga cuidado.
El sometimiento a un modelo, que se autoproclama como el único viable, toma distintos caminos en las antiutopías analizadas. Tanto en el mundo orwelliano como en el bradburyano no se aceptan las anomalías: deben ser reacondicionados, mediante el terror físico y psicológico, o extinguidas, a través de los bomberos productores de incendios. Un mundo feliz, quizás, sea más leve y también más perverso. El mecanismo está tan aceitado que ni siquiera hay resquicios para incordiar, se acepta el universo tal cual es. Y quien se siente mínimamente molesto tiene lo que se conoce como soma, una droga capaz de curar las penurias del ser.
De esta manera, en las obras aparece una verdad cercenada y controlado por un puñado de manos que creen tener el conocimiento necesario como para sobrepasar la dignidad del otro e imponerle una forma de ver el mundo. Neil Postman analiza: “Orwell temía que la verdad se nos ocultara. Huxley temía que la verdad se ahogase en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos volviésemos una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial” 4
A pesar del desosiego que caracteriza a los tres libros con respecto al presente, Fahrenheit 451 deja una puerta abierta hacia un mundo alternativo. Es el que mantiene un atisbo de esperanza en los hombres y su capacidad de razonar. Las obras de Huxley y Orwell apelan a los personajes derrotados, devorados por un sistema que es capaz de sanear sus propias fallas. En cambio, Bradbury ficcionaliza la lucha del hombre por un porvenir más venturoso, placentero y humano. La aventura del bombero Guy Montag es la de una persona inquieta, ávida de conocimientos y alejada de la realidad cocinada, lista para comer sin masticar. Montag y esa suerte de hombres-libros, que guardan en la memoria novelas e ideas históricas, representan la esperanza de que lo mejor, quizás, esté por venir. De que si bien las utopías parecen lejanas, al menos, siempre instan a avanzar hacia algún lugar, a no perder el norte.
El pasado te condena. Hay que borrarlo, desaparecerlo, eliminarlo, quemarlo, cambiarlo, prohibirlo. Cualquier método sirve para deshacerse de él. Si existe, hay posibilidad de cambio. Si no se lo conoce, todo es presente. Sin historia no hay sentimiento de arraigo y pertenencia. No se construye un futuro (mejor o peor), sino que se vive un hoy inalterable y permanente. “Quienes quedan fuera de la historia mueren para siempre, es el último despojo al que nos somete el sistema, no dejar de nosotros siquiera el recuerdo” 1, sostiene Felipe Pigna.
Las distópicas obras 1984, Fahrenheit 451 y Un mundo feliz ponen el acento en la destrucción de la conjugación pasado-presente-futuro. En 1984 existe sólo una historia oficial, plausible de manipuleos y acomodos, conforme a las urgencias del momento. En la novela de Ray Bradbury no deben quedar vestigios del pasado. La apuesta es más fuerte y explícita: los libros deben ser quemados, aun con sus dueños. En cambio, en la narración de Aldous Huxley el sistema configura a sus propios hombres y mujeres, los modela a gusto y piacere. El proceso Bokanowsky es el que determina qué tipo de personas van a ser y sostiene la estabilidad social: cada una de las “especies” creadas están predestinadas a ocupar y cumplir cierto rol en la sociedad. Quienes no comulgan con ese mundo de diversiones son separados. Pueden pergeñar un futuro mejor, pero en otro lugar. Lejos y aislados del universo conocido, en Islandia: “Cuantas personas que, por encontrar una u otra causa, han alcanzado demasiada personalidad para poder adaptarse a la vida en común. Cuantas personas no están conformes con la ortodoxia. Cuantos tienen ideas propias. Cuantas, en una palabra, son alguien.” 2
Esa supresión de la identidad, tan tristemente conocida en la Argentina, también atenta contra la propia historia, contra la idea de que las cosas no siempre fueron ni deben ser así. Las voces del disenso son acalladas. Los pensamientos díscolos son perturbaciones mal vistas, que deben salirse del sistema. Hacia una isla, arrojados al mar o asfixiados en una cámara de gas. Así, si no existen las particularidades y los rasgos distintivos todas las personas son iguales en cualquier lugar y momento. Ya sean de Mozambique o Australia, vivan en Inglaterra o Indonesia. Todas las historias son homogéneas. Ergo, los remedios son siempre los mismos.
Ante un pensamiento único y una visión de la realidad que no admite las diferencias, los problemas, sin importar sus orígenes, tienen una sola vía de solución. El capitán Beatty, en Fahrenheit 451, lo explica con sencillez:
“Si no quieres que un hombre sea políticamente desgraciado, no lo preocupes mostrándole dos aspectos de una misma cuestión. Muéstrale uno. Que olvide que existe la guerra. Es preferible que un gobierno sea ineficiente, autoritario, y aficionado a los impuestos, a que la gente se preocupe por esas cosas.” 3 Bienvenidos al mundo del pensamiento único. Cualquier variante a la realidad establecida puede ser tildada como subversiva, terrorista, insurreccional, anómala, peligrosa, hereje. Mantenga cuidado.
El sometimiento a un modelo, que se autoproclama como el único viable, toma distintos caminos en las antiutopías analizadas. Tanto en el mundo orwelliano como en el bradburyano no se aceptan las anomalías: deben ser reacondicionados, mediante el terror físico y psicológico, o extinguidas, a través de los bomberos productores de incendios. Un mundo feliz, quizás, sea más leve y también más perverso. El mecanismo está tan aceitado que ni siquiera hay resquicios para incordiar, se acepta el universo tal cual es. Y quien se siente mínimamente molesto tiene lo que se conoce como soma, una droga capaz de curar las penurias del ser.
De esta manera, en las obras aparece una verdad cercenada y controlado por un puñado de manos que creen tener el conocimiento necesario como para sobrepasar la dignidad del otro e imponerle una forma de ver el mundo. Neil Postman analiza: “Orwell temía que la verdad se nos ocultara. Huxley temía que la verdad se ahogase en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos volviésemos una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial” 4
A pesar del desosiego que caracteriza a los tres libros con respecto al presente, Fahrenheit 451 deja una puerta abierta hacia un mundo alternativo. Es el que mantiene un atisbo de esperanza en los hombres y su capacidad de razonar. Las obras de Huxley y Orwell apelan a los personajes derrotados, devorados por un sistema que es capaz de sanear sus propias fallas. En cambio, Bradbury ficcionaliza la lucha del hombre por un porvenir más venturoso, placentero y humano. La aventura del bombero Guy Montag es la de una persona inquieta, ávida de conocimientos y alejada de la realidad cocinada, lista para comer sin masticar. Montag y esa suerte de hombres-libros, que guardan en la memoria novelas e ideas históricas, representan la esperanza de que lo mejor, quizás, esté por venir. De que si bien las utopías parecen lejanas, al menos, siempre instan a avanzar hacia algún lugar, a no perder el norte.
-----
1 Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina, Buenos Aires, Norma, 2004, p.19.
2 Aldous Huxley, Un mundo feliz, México DF, 1985, Editores mexicanos unidos, p 192.
3 Ray Bradbury, Fahrenhei 451, Barcelona, Minotauro, 1996, p. 76.
4 Neil Postman, Amusing Ourselves to Death, Public discourse in the Age of Show Business, New York Penguin, 1985 p. VII
0 Comentarios:
Publicar un comentario