¿Patriotismo o futbolismo?

Por: Fernando Candeias

- ¿Dónde pusiste la camiseta de Argentina Má?
- Está para planchar ¿no tenés otra remera para ponerte?
- Si, pero quiero esa porque hoy juega Argentina.

El diálogo entre la madre y su hijo parece algo bastante común. La fiebre de la Copa América hace que todos estén pendientes de todo, hasta el más mínimo detalle. Las cábalas, el sentimiento futbolero y la pasión, hacen que el argentino lleve a todos lados el color celeste y blanco. Quién no tiene en su billetera un fixture que anuncia los días, el horario y la sede donde va a representarnos la Selección argentina. Las calles están invadidas de celeste y blanco y… a buena hora.


Pero… ¿Por qué esperar un acontecimiento deportivo tan relevante para sacar toda esa argentinidad que llevamos adentro? ¿Será que el futbolismo es más que el patriotismo?

Las banderas descansan en el fondo de un cajón, la escarapela que alguna vez llevo el nene en el guardapolvo del jardín, se perdió. Llega la fecha patria y, por una u otra cosa, la escarapela no está en nuestro pecho. Total es un día más… nadie la usa… ¿será que los símbolos patrios se toman como una moda?

Hoy en día se pretende con el fútbol universalizar los hechos trascendentes de un país. Vale la pena mencionar el mundial de México 1986, tan solo 4 años después de la guerra de Malvinas, se enfrentaban Argentina contra Inglaterra en el estadio Azteca, fue un 22 de junio un día imborrable para la historia del fútbol mundial. Dos goles de Diego Armando Maradona, uno con “la mano de Dios” así se bautizó con el tiempo… otro gambeteando a cuanto ingles se cruzara por su camino. Algunos aventurados y quizás inundados por la pasión que genera el fútbol se animaron a mencionar la palabra venganza e inmediatamente mezclaron el fútbol con uno de los hechos históricos más tristes que vivió la Argentina, la guerra de Malvinas.

Nadie se preguntó ¿por qué?, porqué el 25 de mayo; el 20 de junio; el 9 de julio; el 17 de agosto y/o el mismísimo 2 abril la escarapela tiene que estar presente en nuestro pecho y la bandera Argentina en lo más alto. Seguramente no, nadie se pregunto por qué o… ¿para qué? Sencillamente para rendirle homenaje a aquellos que instauraron el primer gobierno patrio, para honrar al general que creo la bandera, para recordar el día de la independencia, tal vez por respeto al Padre de la Patria José de San Martín o simplemente para recordar a todos y cada uno de los soldados que dejaron su cálido hogar, su familia y sus sueños para pelear por la Argentina.

Hoy se juega la Copa América y la camiseta es al club (país) lo que la bandera a la patria, el emblema madre. Las casacas están, ahora saquemos a relucir las banderas y escarapelas para encandilar al mundo con sus brillos… hoy y siempre.

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Espíritu de capitán

Por: César Muzi

Profana sueños y pisa polvo. Se tapa y avanza a donde lo ubican los aullidos, el muchacho puebla una civilización de Festuca y Ray-grass. Allí promulga una homeostasis del sistema en el que el director se obsesionó.

El adalid presenta una jauría de emociones con las que profesa actitud al resto de su equipo, que lo contempla con admiración y cierto temor. Sin embargo, nadie sabe del miedo que va quemando sus entrañas, y todo el esfuerzo que hace para que éste forje la más filosa de las espadas.

Maneja su corazón como la mejor de sus extremidades, exhibe cimbronazos por el esfuerzo que le provoca un alud de disparos que siente que atravesarán el honor de su defensa. Grita, corre, putea, se deshidrata y hasta logra que sus neuronas lloren. Únicamente se relajará al escuchar el silbido final.

Madera, aluminio, cemento, todo lo ve igual, todo parece acorralarlo. En la victoria o en la derrota, su cuerpo sólo quiere someterse a los masajes de oxígeno duplicado de hidrógeno. Antepuesto a dicho encuentro, solamente posee limpia la conciencia y el alma.

Al dejarse caer en su lecho, analiza las acciones vividas, aunque nunca llega a poder concretar una reflexión, ya que Morfeo es el único jugador que siempre lo vence, sobretodo de local.

Aclamado o abucheado, coreado o insultado, eso no importa. El sólo quiere que sus herederos sientan que en esta globalización trifulca, el honor no sólo es un recuerdo del medioevo
.

Frases de cabecera

Si quieres ser feliz un día, emborráchate.

Si quieres ser feliz dos días, cásate, pero si quieres ser feliz toda la vida, haz un jardín.

Proverbio Chino

La distancia

Por: Fernando Candeias

Cuando la música es el puente en las distancias todo parece más fácil. El silencio es el creador de imágenes. El corazón el director de una pélicula con final incierto.

Esos sueños que generan nostalgia, por ser sueños y no realidad... Esas miradas penetrantes que invitan a ilusionarse, la dulzura... mezclada con fragilidad y cautela. La pasión, que poco a poco se fusiona con un condimento mágico, con olor a ciudad y de cuatro letras.

El tiempo, famosa brújula del destino, indica polos; rutas; caminos; pasos a seguir... La realidad lo toma, lo deja, fabrica, crea y así todo toma su curso, el de la magia, la locura, la fantasía... ¿alguna vez tuviste una noche de fantasía?....
No te imaginás lo que te perdés.

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Frases de cabecera

Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.


Bertolt Brecht

Aguafuerte

A LA ESPERA DEL TREN
Por: Leandro Monnittola

Recorren todo el andén y se mezclan unas con otras. Allí están, las filas, expectantes y alteradas, y el tren no aparece. Para el que se inserta en la espesa maraña es una difícil tarea la de dilucidar cuál es el final de las colas. A medida que la gente va llegando, diferentes rostros se observan. Aquellos que llegan y educadamente preguntan a los últimos, otros, que alterados por la asfixia subterránea, no preguntan, y los que ya se encuentran en la fila y analizan cada movimiento con una profundidad distintiva de las personas que pueden llegar a matar si alguien amaga con robar un lugar. El pacto es a la 18.12hs. Ya son y diez y la formación que conecta Constitución y Ezeiza ni se asoma. Un hombre de canas abundantes y vestimenta de albañil es el que encabeza la cola e inaugura la batería de insultos. Con un “¡si!, son unos hijos de… Hay que matarlos a todos”, acompaña un setentón bajito de bigote militar. Pero la que más se escucha es una señora de gran tamaño y ropas holgadas: “Somos vacas, viajamos como vacas carajo”. En la fila aledaña dos chicos cargaban pesadas mochilas y se reían mientras la miraban; coincidían en absoluto con la señora, sobre todo en el paralelismo con el animal.

Tarde, el tren llegó casi y veinte. Todavía no se detenía y la ansiedad ya ponía en evidencia lo que sería el momento en el que debían de bajar las personas que arriban a la terminal y subir la gente, que ya descarriada, iba a debatirse un asiento.

Las puertas se abren y al grito agudo y al unísono de “¡Dejen bajar!, las pocas personas del vagón intentan eludir la estampida. Sólo se resignan a luchar para que los bolsos que llevan sigan siendo de ellos. El albañil de canas ingresa encorvado y con decisión, parecía un medio scrum de rugby. El petiso castrense zigzaguea en la búsqueda del camino ideal para su estatura, la señora de gran tamaño no se sabe cómo entró, estaba cerrando la ventana y repetía “vacas, eso somos: ¡va – cas!”, mientras le reprochaban por colarse. Un agente de la policía miraba detenidamente la imagen: golpes, empujones, insultos. Se llevó el gorro a la cabeza y entre sonrisas confirmó su inutilidad: “je, se están matando, je.”

Aguafuerte

LAS SOMBRAS DEL FÉNIX
Por: Pablo Yafe

Se pasean espectralmente por los pasillos ocultos pero auténticos que conforman las crudas y desgarradas bambalinas de la falsa pulcritud de la pasión. Son espíritus sabios y silenciosos, expertos en la tarea de la ficción y en conquistar la exigente hazaña de su propia inexistencia. Cuanto mejor operan, menos existen. Son cazadoras, acechan, avistan persiguen y eliminan lo usado, lo profanado y lo humedecido. Utilizan redes atrapa-mariposas y corretean cuando nadie las ve detrás de las incrédulas promesas de amor eterno que vuelan libres por los pasillos, huérfanas de corazones, palabras y caricias donde morar. La consigna es desecharlas, descartarlas y dejar lugar en el aire para las próximas ilusas, pero a veces ellas, las sombras, abren sus bolsillos de cuadrille azul y guardan las promesas allí para imaginar y jugar al trágico juego de la esperanza y el consuelo para la vacuidad espiritual que las embiste cada noche. Porque a ellas nadie las ama donde están, es un lujo que no se pueden dar. Allí, lo que importan son los tiempos y los turnos, las sábanas limpias y el aromatizador, la intimidad y el sexo. Pero para ellas dichas ostentaciones quedan atrás en otra vida lejana, pero solo a dos horas de colectivo, en la desgastada realidad del conurbano bonaerense. Donde sus maridos ya duermen, a veces solos y a veces no.

Irma, Beatriz, Zulema y Rosa prácticamente no hablan, son maquinarias eficaces de logística suiza y solo tienen un minuto y medio para retroceder el tiempo. Para convertir el caos de una orgía dionisíaca en un creativo santuario a la virginidad. Siempre lo logran, cincuenta y cinco veces por noche. Nunca se quejan ni protestan, pero por dentro mueren cada una de las cincuenta y cinco veces. Saben que nada de esto será de ellas, que están confinadas a los pasillos ocultos, los que no tienen ni alfombras en las paredes ni luces tenues de fantasía ni músicas ambientales de ascensor entonando versiones en saxofón y piano de los temas más memorables de los Bee Gees. Sus pasillos solo entonan el eco estruendoso de los pasos de sus desgastados zapatos y el rechinar de las desaceitadas ruedas de los carritos de limpieza que llevan. Las paredes son grises, eran blancas. Las luces son de tubo fluorescente y están a punto de caer y de romperle la cabeza a alguna de las chicas. Muchas veces así desearían ellas que ocurriese para dar fin de una vez por todas al rol que tanto las tortura. Como inquisidoras del amor, tienen que inspeccionar el perímetro en busca de manchas de semen y limpiarlas. Su tarea es, básicamente, encontrar todo aquello que es hermoso en la vida, resignificarlo, convertirlo en vestigio y jurarle olvido con algunas gotas de detergente, para que la próxima pareja en entrar pueda jugar a sentir que ellos son los únicos que jamás pasaron y que pasarán por la complicidad de aquellos aposentos. Para que puedan jugar al amor eterno, pero solo por dos o cinco horas.

Las chicas solo hacen su trabajo, envidian a quienes entran y desprecian a quienes salen. Porque entran abrazados y a los besos y salen como si no se conociesen, destruyendo toda ilusión de que aquello que los unía trascendía los escuetos márgenes de una penetración impersonal. Pero no importa cuan acostumbradas estén las chicas, la desilusión nunca pierde intensidad, porque siempre depositan en las parejas la esperanza de lo que nunca fue para ellas.
El personal de limpieza de los albergues transitorios es muy especial. Porque mueren cincuenta y cinco veces por día, pero al amanecer, como el ave Fénix, el anhelo de encontrar amor eterno sigue intacto… igual que una habitación a la espera de un nuevo turno.

Tu luz

Por: Fernando Candeias

Miraba hacia adentro y te buscaba
miraba hacia afuera y ya no estabas,
te encontraba en los sueños
y te abrazaba en silencio

Buscaba perspectivas de paisajes sin fin
encontraba colores, luces... y silencios

Las texturas de la historia,
los matices de la realidad,
el recuerdo del pasado
y el futuro que vendrá

Buscaba tu fragancia en el viento
encontraba vacíos sin sabor...

Sigo buscando para poder encontrar
sigo pendiente de TU LUZ
espero tu reflejo, tu sonrisa...
espero... ¿me iluminas?

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Cabo Polonio

EL LUGAR DE LOS SUEÑOS PERDIDOS
Por: Federico Amigo

“A 500 metros, entrada al paraíso”, anuncia el cartel. Cinco cuadras más adelante, tras pasar un camino de tierra encerrado por dos largas hileras de árboles, los camiones 4x4 rompen un paisaje pletórico de naturaleza. Los todo-terreno son los vehículos encargados de adentrar a los visitantes en el preanunciado cielo terrenal.

Una vez instalado en ellos, empieza la aventura. El viaje al mundo sin agua corriente ni luz eléctrica, pero con una resplandeciente y oceánica luz propia dura unos veinte minutos. Unos pocos kilómetros separan al pavimento de la ruta 10 y al Cabo Polonio, una playa del noreste uruguayo que se configura como un páramo al que la aldea global aún no pudo penetrar. A mitad de camino el faro, construido en 1881 y declarado monumento histórico en 1976, es el primero en asomarse. Entre los medanos, que supieron estar entre los más altos de Sudamérica, él se erige como un punto referencial para los barcos y navíos que alguna vez conocieron las inclementes aguas de la costa del libertador José Gervasio Artigas.

Hoy el mar poloniense es gobernado por un puñado de pesqueros artesanales denominados chalanas, según el real diccionario del departamento uruguayo de Rocha. Los pescadores día a día desafían a la naturaleza en sus diminutos barcos y encuentran en el agua su sostén de vida. Pescadillas, corvinas, cazones, angelitos y algunos pocos tiburones quedan enmallados –cada vez menos- para luego ser vendidos al comprador que, como buen empresario de ciudad, paga poco y gana mucho.

Playa excéntrica y apacible, escape de la vorágine de la ciudad, parcela vanguardista que no acata las reglas establecidas, refugio donde el otro todavía existe y es parte de este mundo, reserva natural por excelencia son algunas de las acepciones del Cabo Polonio. Allí todo vale:
topless, pesca, trabajo, descanso, silencio, hombres, animales, alucinógenos, dunas, camionetas, carros, mujeres, niños forman su mística y coexisten en una misma arena, donde parece regir una única, paradisíaca –tal cual augura el cartel de bienvenida- y sagrada ley: la de la convivencia.

HISTORIA DE VIDA (Y DEBIDA)

Atiborrado de arena y ausente de calles, el Cabo atesora mil y una historias. Cada poblador esconde la suya. Germán, rebautizado como El Nene, es –aunque ya no esté corporalmente- uno de los tantos personajes del lugar. Pescador y lobero por obligación, cocinero por adopción y dicharachero por naturaleza, fue “un duende, un ser maravilloso” según palabras de una asidua visitante del Polonio. Quienes lo vieron, cuanto más unos segundos, difícilmente lo olviden. De rostro adusto, mirada profunda y una jerga tan conocedora como pícara, tan sencilla como hilarante, El Nene fue feliz con las pequeñas simplezas: la compañía de su perro -sordo, decía su dueño-, de su radio y de su quintita de perejiles –y otras yerbas, bromeaba- y también con su insustituible rancho de madera –precario para muchos, imprescindible para él-.

Su lección y elección final fue irse cuando lo creyo necesario. Un día de abril dejo de comer. Luego de tomar. Una semana después se encontró deshidratado y lejos de su casa, languideciendo en el Hospital de Castillos, la ciudad más cercana al Cabo. Fiel a su apodo se fue refunfuñando y peleando para no quedarse. Decidió que era tiempo de irse, quizás, sin saber que tras su última caminata un pequeño, pero acojedor pueblo y un sinfin de visitantes polonienses lo homenajeaban con un premio al que pocos pueden acceder: el recuerdo.