La Revista Debate publicó, en su página web, una nota denominada: "La guerra la ganaron, en menos de dos años, tres mil hombres". Se trata de un reportaje a Fidel Castro que terminó siendo un libro: "Fidel Castro. Biografía a dos voces", del periodista español Ignacio Ramonet.
Aquí un fragmento en el que Fidel Castro narra pormenores del tramo final de la guerra revolucionaria que terminó derrocando al dictador Fulgencio Batista y permitió el triunfo del Ejército Rebelde.
- Quisiera preguntarle: ¿En qué momento deciden ustedes dejarse crecer la barba como símbolo de la rebelión?
- La historia de la barba es muy sencilla eso surgió de las condiciones difíciles que vivíamos en la guerrilla. No teníamos cuchillas de afeitar, ni navajas. Cuando nos vimos en el corazón del monte, a todo el mundo le creció barba y la melena, y al final eso se transformó en una especie de identificación. Para los campesinos y para todo el mundo, para la prensa, para los periodistas éramos “los barbudos”. Tenía su lado positivo, para infiltrar a un espía en la guerrilla era preciso prepararlo con mucha atención, para que el individuo tuviese una barba de seis meses. Así la barba servía como elemento de identificación y de protección hasta que terminó, transformándose en un símbolo de los guerrilleros. Después, con la victoria de la Revolución conservamos la barba para preservar el símbolo. Además de eso, la barba tiene una ventaja práctica uno no necesita afeitarse cada día. Si multiplica usted los quince minutos del afeitado diario por los días del año verificará que consagra casi cinco mil quinientos minutos a esa tarea. Como una jornada de trabajo de ocho horas representa cuatrocientos ochenta minutos, eso significa que, al no afeitarse usted gana al año unos diez días que puede consagrar al trabajo, a la lectura, al deporte, a lo que quiera. Eso sin hablar de lo que se ahorra en cuchillas, en jabón, en loción, en agua caliente… De modo que dejarse crecer la barba tiene una ventaja práctica y además resulta más económico. La única desventaja es que las canas aparecen primero en la barba. Por eso, algunos que la habían dejado crecer, cuando aparecieron pelos blancos se afeitaron rápido porque se disimula mejor la edad sin barba que con ella.
- En abril de 1958 hay una huelga general contra Batista, pero usted, desde la Sierra Maestra, no la apoya. ¿Por qué?
- Ese 9 de abril de 1958 se produce, la huelga general y fracasa. Nosotros no éramos todavía partidarios de la huelga. La dirección del Movimiento 26 de Julio nos critica. Incluso dice que no somos “conscientes” del grado de madurez que ya tienen… Sin embargo, yo suscribí la convocatoria a la huelga, seguridad que tenían los compañeros de la dirección del Movimiento; y sí que la apoyamos concretamente, con la realización de acciones militares en nuestro territorio contra las fuerzas enemigas. Había divisiones, había un poco de exclusión. Por ejemplo, aunque los sindicatos estaban en manos de líderes comunistas, había prejuicios contra los comunistas, cosa que no teníamos en la montaña. El propio Movimiento 26 Julio nos veía a nosotros como una gente que complicábamos la vida a Batista, y pensaban que aquello se debía terminar con un movimiento cívico-militar o con una huelga general. Y nosotros no nos veíamos así; nosotros nos veíamos como un pequeño ejército que se convertiría en un ejército mayor, y que derrotaría al ejército enemigo.
- Al final, fue lo que pasó
- Fue lo que pasó; pero aquella huelga de abril de 1958 fue tremenda porque, al fracasar, produjo desmoralización, alentó a la fuerza enemiga y nos lanzaron la última ofensiva. Nos atacaron con diez mil hombres, catorce batallones, un montón de unidades independientes… ellos creían que diez mil hombres no podían ser resistidos… ésa fue la última vez que defendimos nuestro territorio, y nosotros no llegábamos a trescientos hombres. ¡Setenta días combatiendo! Yo mandé a buscar algunas tropas. Mandé a buscar a Camilo, que estaba operando en los llanos, y Almeida y parte de sus fuerzas, que ya habían abierto otro frente en la zona oriental de la Sierra Maestra, cerca de Santiago. Las únicas tropas que no mandé a recoger fueron las de Raúl, que estaban demasiado lejos. Eso fue decisivo. Terminó aquella última ofensiva, y nosotros, ya con novecientos hombres armados invadimos casi todo el país. Ahí reorganizamos las columnas. Primero creamos dos columnas fuertes, la del Che, con ciento cuarenta y un hombres, y la de Camilo con noventa. Invadimos la mitad de la isla. Una iba a ir hasta Pinar del Río pero la paramos en Santa Clara.
Aquí un fragmento en el que Fidel Castro narra pormenores del tramo final de la guerra revolucionaria que terminó derrocando al dictador Fulgencio Batista y permitió el triunfo del Ejército Rebelde.
- Quisiera preguntarle: ¿En qué momento deciden ustedes dejarse crecer la barba como símbolo de la rebelión?
- La historia de la barba es muy sencilla eso surgió de las condiciones difíciles que vivíamos en la guerrilla. No teníamos cuchillas de afeitar, ni navajas. Cuando nos vimos en el corazón del monte, a todo el mundo le creció barba y la melena, y al final eso se transformó en una especie de identificación. Para los campesinos y para todo el mundo, para la prensa, para los periodistas éramos “los barbudos”. Tenía su lado positivo, para infiltrar a un espía en la guerrilla era preciso prepararlo con mucha atención, para que el individuo tuviese una barba de seis meses. Así la barba servía como elemento de identificación y de protección hasta que terminó, transformándose en un símbolo de los guerrilleros. Después, con la victoria de la Revolución conservamos la barba para preservar el símbolo. Además de eso, la barba tiene una ventaja práctica uno no necesita afeitarse cada día. Si multiplica usted los quince minutos del afeitado diario por los días del año verificará que consagra casi cinco mil quinientos minutos a esa tarea. Como una jornada de trabajo de ocho horas representa cuatrocientos ochenta minutos, eso significa que, al no afeitarse usted gana al año unos diez días que puede consagrar al trabajo, a la lectura, al deporte, a lo que quiera. Eso sin hablar de lo que se ahorra en cuchillas, en jabón, en loción, en agua caliente… De modo que dejarse crecer la barba tiene una ventaja práctica y además resulta más económico. La única desventaja es que las canas aparecen primero en la barba. Por eso, algunos que la habían dejado crecer, cuando aparecieron pelos blancos se afeitaron rápido porque se disimula mejor la edad sin barba que con ella.
- En abril de 1958 hay una huelga general contra Batista, pero usted, desde la Sierra Maestra, no la apoya. ¿Por qué?
- Ese 9 de abril de 1958 se produce, la huelga general y fracasa. Nosotros no éramos todavía partidarios de la huelga. La dirección del Movimiento 26 de Julio nos critica. Incluso dice que no somos “conscientes” del grado de madurez que ya tienen… Sin embargo, yo suscribí la convocatoria a la huelga, seguridad que tenían los compañeros de la dirección del Movimiento; y sí que la apoyamos concretamente, con la realización de acciones militares en nuestro territorio contra las fuerzas enemigas. Había divisiones, había un poco de exclusión. Por ejemplo, aunque los sindicatos estaban en manos de líderes comunistas, había prejuicios contra los comunistas, cosa que no teníamos en la montaña. El propio Movimiento 26 Julio nos veía a nosotros como una gente que complicábamos la vida a Batista, y pensaban que aquello se debía terminar con un movimiento cívico-militar o con una huelga general. Y nosotros no nos veíamos así; nosotros nos veíamos como un pequeño ejército que se convertiría en un ejército mayor, y que derrotaría al ejército enemigo.
- Al final, fue lo que pasó
- Fue lo que pasó; pero aquella huelga de abril de 1958 fue tremenda porque, al fracasar, produjo desmoralización, alentó a la fuerza enemiga y nos lanzaron la última ofensiva. Nos atacaron con diez mil hombres, catorce batallones, un montón de unidades independientes… ellos creían que diez mil hombres no podían ser resistidos… ésa fue la última vez que defendimos nuestro territorio, y nosotros no llegábamos a trescientos hombres. ¡Setenta días combatiendo! Yo mandé a buscar algunas tropas. Mandé a buscar a Camilo, que estaba operando en los llanos, y Almeida y parte de sus fuerzas, que ya habían abierto otro frente en la zona oriental de la Sierra Maestra, cerca de Santiago. Las únicas tropas que no mandé a recoger fueron las de Raúl, que estaban demasiado lejos. Eso fue decisivo. Terminó aquella última ofensiva, y nosotros, ya con novecientos hombres armados invadimos casi todo el país. Ahí reorganizamos las columnas. Primero creamos dos columnas fuertes, la del Che, con ciento cuarenta y un hombres, y la de Camilo con noventa. Invadimos la mitad de la isla. Una iba a ir hasta Pinar del Río pero la paramos en Santa Clara.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué paramos y no enviamos a Camilo hasta Pinar del Río? Porque teníamos en la cabeza la historia de la invasión en las guerras de independencia de 1895, y esa influencia histórica. En ese momento no tenía sentido estratégico una invasión hasta allá. Por otra parte, determinadas circunstancias de la situación en Las Villas hacían recomendable que Camilo reforzara la gestión unitaria que debía llevar a cabo el Che en ese territorio. Nos dimos cuenta de que no tenía sentido llevar la invasión a Pinar del Río. En un momento dado le dijimos a Camilo: “Párate ahí, únete al Che”.
- ¿Por qué paramos y no enviamos a Camilo hasta Pinar del Río? Porque teníamos en la cabeza la historia de la invasión en las guerras de independencia de 1895, y esa influencia histórica. En ese momento no tenía sentido estratégico una invasión hasta allá. Por otra parte, determinadas circunstancias de la situación en Las Villas hacían recomendable que Camilo reforzara la gestión unitaria que debía llevar a cabo el Che en ese territorio. Nos dimos cuenta de que no tenía sentido llevar la invasión a Pinar del Río. En un momento dado le dijimos a Camilo: “Párate ahí, únete al Che”.
- Después del fracaso de la última ofensiva de Batista, ¿usted decidió pasar a la contraofensiva?
- La columnas rebeldes avanzaban en todas las direcciones sobre el territorio nacional sin que nada ni nadie pudiera detenerlas. En muy poco tiempo, nosotros teníamos dominado y cercado a todo el mundo. En la provincia de Oriente teníamos mil soldados -o más- cercados, que no tenían escapatoria, no salía nadie de allí. Dos fragatas de las tres que tenían encerradas en la bahía de Santiago de Cuba, no podían escapar; ocho ametralladoras nuestras dominaban la salida de la bahía. Digo: “Éstas no pueden salir. Nuestras ametralladoras barren”. Después visité las dos fragatas y me di cuenta de que encallaban, se quedaban sin puesto de mando y sin nada, ningún cañón, porque las fragatas se fabrican para combatir a cinco o seis kilómetros no para combatir contra ocho ametralladoras que están a trescientos metros… Así que sobraban allí, y así por el estilo.
- En esa ocasión, propuso una “salida elegante” a sus adversarios militares. ¿Cuál era su proposición?
- El jefe de las fuerzas enemigas, el general Cantillo, se reúne conmigo y unos cuantos el 28 de diciembre de 1958 en un viejo central, el ingenio Oriente, cerca de Palma Soriano. El hombre no era un esbirro, ni era un corrupto, tenía prestigio, era de academia, de los pocos que Batista tenía, y no era un asesino. Hasta me había escrito una carta cuando lanzó su última ofensiva. Entonces yo le respondí, porque él casi me manda a decir que lamentaba lo que estaba pasando, que éramos gente valiosa. Le doy las gracias y le digo una frase limpia, pero queriendo decir que si lograba derrotarnos, que no se lamentará de nuestra suerte, que íbamos a escribir una página gloriosa en la historia… Le respondí caballerosamente. Yo a cada rato intercambiaba una carta o, cuando había un cambio de prisioneros, discutía con una guarnición cercada. Muchas veces conversaba con las tropas sitiadas. Por eso llegó él y habló conmigo. Llegó sólo en un helicóptero. Fíjese, qué confianza. Y recuerdo que me dijo que “había perdido la guerra”, y me pide una fórmula para ponerle fin. Le digo: “Mire, podemos salvar a muchos soldados, vamos a plantear una sublevación, un movimiento unido de las tropas de operaciones y la guarnición de Santiago de Cuba”. Y le digo: “Bueno, tal día -acordamos la fecha- levantamiento cívico-militar”. Yo le decía: “A las veinticuatro horas Batista no está ahí”. Y acuerda ya el movimiento final. Ahora, él quería ir a La Habana, pretextaba que tenía un hermano que también era oficial del ejército… Yo le decía: “¿Para qué ir a La Habana? ¿Para qué va a correr riesgos?”. Ahí, conmigo, se encontraba un oficial, el mayor José Quevedo, que era jefe de un batallón que había sido cercado en El Jigüe, que combatió tremendamente contra nosotros diez días, del 11 al 21 de julio de 1958. Después se unió a nosotros y ayudó. Ese militar prestigioso es hoy general de nuestras fuerzas armadas. Escribió varios libros que vale la pena leer para rememorar.
- ¿Se había unido al Ejército Rebelde?
- Él estuvo cercado y yo lo conocí allí, en El Jigüe, porque la tropa que lo cercó la estaba mandando yo, en medio de la última ofensiva enemiga. Había varios batallones rodeándonos a nosotros y nosotros teníamos a ese batallón rodeado. El cerco nuestro era estrecho, el cerco de ellos era más bien estratégico. Rompimos el equilibrio cuando les derrotamos ese batallón. Hicimos muchos prisioneros, tuvieron muchas bajas y capturamos gran número de armas. Se rompió el equilibrio y no anunciamos ni la victoria, para que el enemigo no supiera lo que estaba pasando.Lo vinimos a decir cuarenta y ocho horas después; ya habíamos armado gente y la habíamos movido sobre los demás batallones, ya estábamos cercando a los demás, sin perder un minuto porque no se debe perder un minuto.
- ¿Usted se disponía atacar Santiago de Cuba?
- Nosotros teníamos retrasado el ataque sobre Santiago. Habíamos decidido atacar Santiago de Cuba con mil doscientos hombres. Nunca habíamos tenido una correlación de fuerzas tan favorable, e íbamos a usar las mismas tácticas de la Sierra Maestra: cerco y cerco. Aquella operación habría durado cinco días y, a través de la bahía, habíamos introducido cien armas para los combatientes de Santiago, porque el quinto día era la sublevación. Cuatro batallones, cuatro batallas, íbamos a usar las tácticas aplicadas allí contra cada batallón que defendía y, por último, la sublevación. Máximo seis días iba durar aquel combate, que lo teníamos retrasado, iba a empezar más o menos alrededor del día 30 de diciembre, estábamos esperando el acuerdo con el jefe de la fuerza enemiga de operaciones. Y Camilo y el Che ya iban acercándose a Santa Clara.
- ¿Usted estaba esperando el acuerdo con el jefe de las fuerzas enemigas para poner fin a la guerra?
- Sí, y aquel general Cantillo va por fin a La Habana, pero yo le pongo tres condiciones. Y él se compromete. Le digo: “Bueno vaya, si usted quiere ir. No queremos contacto con la embajada de Estados Unidos”. No era por nada, sino por experiencia de que uno sabe cómo son esas cosas. “No queremos golpe de Estado en la capital.” Quizá pusimos eso en primer lugar, lo del golpe de Estado en la capital. “No queremos que ayuden a escapar a Batista”. Ésas fueron las tres condiciones, y el general se compromete, y parte hacia La Habana. Pasa el tiempo y no llegaban noticias relacionadas con él. Me deja en contacto con el jefe de la guarnición de Santiago, hubo cartas y todo. En resumen, hace las tres cosas contrarias: primero, cena con Batista el día 31 de diciembre de 1958 y lo acompaña a tomar el avión para huir con un montón de generales; segundo dan un golpe de Estado en la capital y ponen de jefe de Gobierno al más viejo de todos los miembros del Tribunal Supremo, un magistrado llamado Carlos Piedra, y tercero, se habían puesto, desde luego, en contacto con la embajada de Estados Unidos… ¡Una traición cobarde!
- ¿Qué hace usted entonces?
- ¿Qué hicimos el 1º de enero de 1959? Siete años, siete meses y siete días después del ataque al Moncada, el 26 de julio de 1953. Números exactos. Es el tiempo que pasó desde el ataque al Moncada, con prisión de casi dos años, en exterior casi otros dos en la guerra. Cuando el día 1º de enero nos enteramos por radio de que Batista se había escapado, y del golpe de Estado en la capital, nos dirigimos rápidamente hacia donde estaba nuestra estación de radio y lanzamos la consigna de: “¡Huelga general revolucionaria!”, y dimos instrucciones a nuestras tropas: “No deben detenerse en ningún momento, no hay alto al fuego”. Cero alto el fuego. A todas las columnas: orden de seguir avanzando y combatiendo. Y unánime, hasta los trabajadores de las estaciones de radio y de televisión se pusieron en sintonía con nuestra estación de onda corta, Radio Rebelde, que tenía un kilovatio. Y hablé así, en cadena, por todas las radios del país y la televisión. Nosotros dábamos las instrucciones a todas las fuerzas. Hacíamos como hace la contrarrevolución en Venezuela, que le da instrucciones a su gente a través de los cuatro canales principales de televisión. Así le di yo todas las instrucciones a toda la nación y así podía utilizar la simpatía de todo el pueblo. La mayoría de los sindicatos obreros estaban entonces en manos de un grupo amarillo -como están hoy, en Venezuela, en manos de sindicatos amarillos-; sin embargo, el apoyo a la huelga fue unánime. Di la vuelta para entrar por el norte de la ciudad. Me encuentro ya por el camino a algunos que están uniéndose. Como tenía un compromiso, entré en contacto con el jefe de la unidad… Nos habíamos cruzado algunas cartas, y había algunas dudas, porque no se interpretó bien una cosa que yo dije: “Si no se cumple el 30, atacamos y no cesará el fuego hasta que no se rinda la guarnición”, y él me había mandado una frase: “Los soldados no se rinden sin combatir, ni entregan las armas sin honor”. Le mandé decir que yo no le había dicho “rendirse”, sino que cuando empezáramos los combates no habría alto el fuego. Él me dice que me ofrece un helicóptero: “Confíe en el general”, para que me dé una vuelta por Santiago de Cuba, y le protesto porque han asesinado a dos jóvenes, y yo no necesitaba ningún helicóptero. Se lamenta. Y voy al cuartel de El Caney, al norte de la ciudad, ese mismo que yo quise atacar después del Moncada. Me recibe la guarnición. Me reciben, como nunca me han recibido, casi en ninguna parte. Y me reúno con trescientos oficiales. ¡Trescientos oficiales de la guarnición de Santiago de Cuba! Estoy discutiendo con ellos. Les explico el acuerdo que habíamos hecho con el general Eulogio Cantillo, que él no cumple. Les explico la traición, y nos apoyan, se ponen del lado nuestro. Hasta al más responsable de la guarnición de Santiago yo lo nombro allá jefe. Raúl dice que cuando yo le anuncié que íbamos a nombrar al coronel Rego Rubido, jefe de la guarnición, él por disciplina acepta, pero no entendía, y dice: “Él debe saber lo que está haciendo”. Y estuvo Rego Rubido de jefe.
- La columnas rebeldes avanzaban en todas las direcciones sobre el territorio nacional sin que nada ni nadie pudiera detenerlas. En muy poco tiempo, nosotros teníamos dominado y cercado a todo el mundo. En la provincia de Oriente teníamos mil soldados -o más- cercados, que no tenían escapatoria, no salía nadie de allí. Dos fragatas de las tres que tenían encerradas en la bahía de Santiago de Cuba, no podían escapar; ocho ametralladoras nuestras dominaban la salida de la bahía. Digo: “Éstas no pueden salir. Nuestras ametralladoras barren”. Después visité las dos fragatas y me di cuenta de que encallaban, se quedaban sin puesto de mando y sin nada, ningún cañón, porque las fragatas se fabrican para combatir a cinco o seis kilómetros no para combatir contra ocho ametralladoras que están a trescientos metros… Así que sobraban allí, y así por el estilo.
- En esa ocasión, propuso una “salida elegante” a sus adversarios militares. ¿Cuál era su proposición?
- El jefe de las fuerzas enemigas, el general Cantillo, se reúne conmigo y unos cuantos el 28 de diciembre de 1958 en un viejo central, el ingenio Oriente, cerca de Palma Soriano. El hombre no era un esbirro, ni era un corrupto, tenía prestigio, era de academia, de los pocos que Batista tenía, y no era un asesino. Hasta me había escrito una carta cuando lanzó su última ofensiva. Entonces yo le respondí, porque él casi me manda a decir que lamentaba lo que estaba pasando, que éramos gente valiosa. Le doy las gracias y le digo una frase limpia, pero queriendo decir que si lograba derrotarnos, que no se lamentará de nuestra suerte, que íbamos a escribir una página gloriosa en la historia… Le respondí caballerosamente. Yo a cada rato intercambiaba una carta o, cuando había un cambio de prisioneros, discutía con una guarnición cercada. Muchas veces conversaba con las tropas sitiadas. Por eso llegó él y habló conmigo. Llegó sólo en un helicóptero. Fíjese, qué confianza. Y recuerdo que me dijo que “había perdido la guerra”, y me pide una fórmula para ponerle fin. Le digo: “Mire, podemos salvar a muchos soldados, vamos a plantear una sublevación, un movimiento unido de las tropas de operaciones y la guarnición de Santiago de Cuba”. Y le digo: “Bueno, tal día -acordamos la fecha- levantamiento cívico-militar”. Yo le decía: “A las veinticuatro horas Batista no está ahí”. Y acuerda ya el movimiento final. Ahora, él quería ir a La Habana, pretextaba que tenía un hermano que también era oficial del ejército… Yo le decía: “¿Para qué ir a La Habana? ¿Para qué va a correr riesgos?”. Ahí, conmigo, se encontraba un oficial, el mayor José Quevedo, que era jefe de un batallón que había sido cercado en El Jigüe, que combatió tremendamente contra nosotros diez días, del 11 al 21 de julio de 1958. Después se unió a nosotros y ayudó. Ese militar prestigioso es hoy general de nuestras fuerzas armadas. Escribió varios libros que vale la pena leer para rememorar.
- ¿Se había unido al Ejército Rebelde?
- Él estuvo cercado y yo lo conocí allí, en El Jigüe, porque la tropa que lo cercó la estaba mandando yo, en medio de la última ofensiva enemiga. Había varios batallones rodeándonos a nosotros y nosotros teníamos a ese batallón rodeado. El cerco nuestro era estrecho, el cerco de ellos era más bien estratégico. Rompimos el equilibrio cuando les derrotamos ese batallón. Hicimos muchos prisioneros, tuvieron muchas bajas y capturamos gran número de armas. Se rompió el equilibrio y no anunciamos ni la victoria, para que el enemigo no supiera lo que estaba pasando.Lo vinimos a decir cuarenta y ocho horas después; ya habíamos armado gente y la habíamos movido sobre los demás batallones, ya estábamos cercando a los demás, sin perder un minuto porque no se debe perder un minuto.
- ¿Usted se disponía atacar Santiago de Cuba?
- Nosotros teníamos retrasado el ataque sobre Santiago. Habíamos decidido atacar Santiago de Cuba con mil doscientos hombres. Nunca habíamos tenido una correlación de fuerzas tan favorable, e íbamos a usar las mismas tácticas de la Sierra Maestra: cerco y cerco. Aquella operación habría durado cinco días y, a través de la bahía, habíamos introducido cien armas para los combatientes de Santiago, porque el quinto día era la sublevación. Cuatro batallones, cuatro batallas, íbamos a usar las tácticas aplicadas allí contra cada batallón que defendía y, por último, la sublevación. Máximo seis días iba durar aquel combate, que lo teníamos retrasado, iba a empezar más o menos alrededor del día 30 de diciembre, estábamos esperando el acuerdo con el jefe de la fuerza enemiga de operaciones. Y Camilo y el Che ya iban acercándose a Santa Clara.
- ¿Usted estaba esperando el acuerdo con el jefe de las fuerzas enemigas para poner fin a la guerra?
- Sí, y aquel general Cantillo va por fin a La Habana, pero yo le pongo tres condiciones. Y él se compromete. Le digo: “Bueno vaya, si usted quiere ir. No queremos contacto con la embajada de Estados Unidos”. No era por nada, sino por experiencia de que uno sabe cómo son esas cosas. “No queremos golpe de Estado en la capital.” Quizá pusimos eso en primer lugar, lo del golpe de Estado en la capital. “No queremos que ayuden a escapar a Batista”. Ésas fueron las tres condiciones, y el general se compromete, y parte hacia La Habana. Pasa el tiempo y no llegaban noticias relacionadas con él. Me deja en contacto con el jefe de la guarnición de Santiago, hubo cartas y todo. En resumen, hace las tres cosas contrarias: primero, cena con Batista el día 31 de diciembre de 1958 y lo acompaña a tomar el avión para huir con un montón de generales; segundo dan un golpe de Estado en la capital y ponen de jefe de Gobierno al más viejo de todos los miembros del Tribunal Supremo, un magistrado llamado Carlos Piedra, y tercero, se habían puesto, desde luego, en contacto con la embajada de Estados Unidos… ¡Una traición cobarde!
- ¿Qué hace usted entonces?
- ¿Qué hicimos el 1º de enero de 1959? Siete años, siete meses y siete días después del ataque al Moncada, el 26 de julio de 1953. Números exactos. Es el tiempo que pasó desde el ataque al Moncada, con prisión de casi dos años, en exterior casi otros dos en la guerra. Cuando el día 1º de enero nos enteramos por radio de que Batista se había escapado, y del golpe de Estado en la capital, nos dirigimos rápidamente hacia donde estaba nuestra estación de radio y lanzamos la consigna de: “¡Huelga general revolucionaria!”, y dimos instrucciones a nuestras tropas: “No deben detenerse en ningún momento, no hay alto al fuego”. Cero alto el fuego. A todas las columnas: orden de seguir avanzando y combatiendo. Y unánime, hasta los trabajadores de las estaciones de radio y de televisión se pusieron en sintonía con nuestra estación de onda corta, Radio Rebelde, que tenía un kilovatio. Y hablé así, en cadena, por todas las radios del país y la televisión. Nosotros dábamos las instrucciones a todas las fuerzas. Hacíamos como hace la contrarrevolución en Venezuela, que le da instrucciones a su gente a través de los cuatro canales principales de televisión. Así le di yo todas las instrucciones a toda la nación y así podía utilizar la simpatía de todo el pueblo. La mayoría de los sindicatos obreros estaban entonces en manos de un grupo amarillo -como están hoy, en Venezuela, en manos de sindicatos amarillos-; sin embargo, el apoyo a la huelga fue unánime. Di la vuelta para entrar por el norte de la ciudad. Me encuentro ya por el camino a algunos que están uniéndose. Como tenía un compromiso, entré en contacto con el jefe de la unidad… Nos habíamos cruzado algunas cartas, y había algunas dudas, porque no se interpretó bien una cosa que yo dije: “Si no se cumple el 30, atacamos y no cesará el fuego hasta que no se rinda la guarnición”, y él me había mandado una frase: “Los soldados no se rinden sin combatir, ni entregan las armas sin honor”. Le mandé decir que yo no le había dicho “rendirse”, sino que cuando empezáramos los combates no habría alto el fuego. Él me dice que me ofrece un helicóptero: “Confíe en el general”, para que me dé una vuelta por Santiago de Cuba, y le protesto porque han asesinado a dos jóvenes, y yo no necesitaba ningún helicóptero. Se lamenta. Y voy al cuartel de El Caney, al norte de la ciudad, ese mismo que yo quise atacar después del Moncada. Me recibe la guarnición. Me reciben, como nunca me han recibido, casi en ninguna parte. Y me reúno con trescientos oficiales. ¡Trescientos oficiales de la guarnición de Santiago de Cuba! Estoy discutiendo con ellos. Les explico el acuerdo que habíamos hecho con el general Eulogio Cantillo, que él no cumple. Les explico la traición, y nos apoyan, se ponen del lado nuestro. Hasta al más responsable de la guarnición de Santiago yo lo nombro allá jefe. Raúl dice que cuando yo le anuncié que íbamos a nombrar al coronel Rego Rubido, jefe de la guarnición, él por disciplina acepta, pero no entendía, y dice: “Él debe saber lo que está haciendo”. Y estuvo Rego Rubido de jefe.
- Entretanto, ¿Camilo y el Che ya están entrando en La Habana?
- No, el Che estaba atacando la ciudad de Santa Clara. Estaban tomando la estación de policía, un tren blindado se mete, muy protegido, y ellos le quitan las vías de ferrocarril y, cuando el tren retrocede, se descarrila y le ocupan todas las armas. No había cumplido el general Cantillo, y yo, el día 1º de enero, les digo a Camilo y al Che: “Avancen hacia La Habana”. Le dije a Camilo: “Camilo, vas para Columbia” y al Che: “Vas para La Cabaña”. Ellos estaban todavía terminando de tomar el cuartel en Santa Clara. Pero, claro, al desplomarse aquello y la huelga general, necesitaron un día prácticamente para organizarse, y salieron, creo que salieron por la noche rápidamente. En ese momento les digo: “Avancen a toda velocidad por la Carretera Central”. El estado moral de aquella gente de Batista era pésimo. El Che y Camilo hicieron dos columnas y así llegaron a La Habana. Tardaron equis horas en llegar, pero tomaron los objetivos. Nadie les hizo resistencia, no tuvieron que disparar un tiro, ya la gente nuestra en La Habana casi tenía tomado todo; desmoralización total del adversario, el país entero parado, sublevación en la ciudad; en todas partes se sublevaron.
- ¿Columbia y La Cabaña eran los dos grandes cuarteles de La Habana?
- Sí. Fíjese. La primera fortaleza de La Habana era Columbia, ahí va Camilo. Allí estaba el Estado Mayor del ejército. En la otra gran fortaleza, La Cabaña, está el Che. Ése es un momento bueno. Son jefes militares con dos poderosas unidades, Camilo esta más en la organización, porque había asesores norteamericanos y estaban allí tan tranquilos. El Che lo que empieza inmediatamente, desde luego, es a darles clases a todos aquellos campesinos, a hacer escuelas allí, y a instruir a la gente. Como primera tarea de jefe militar, quiere hacer su programa de alfabetización y enseñar a toda aquella gente. Camilo, en el cuartel Columbia, saca a unos oficiales que estaban presos, que tenían gran prestigio, un coronel, que quería hacer todavía un ejército y mantener la moral de los que estaban allí. Los llevaron al Estado Mayor y querían hablar conmigo. Les digo: “Díganle al coronel Barquín -era un coronel con prestigio, había estudiado en Estados Unidos- que en Columbia no hablo más que con Camilo. Y en La Cabaña, con el Che”. Ellos trataban de arreglar y buscar pero no les dimos ni la menor chance. No se perdió un minuto, ni un segundo. Fue todo el pueblo.
- ¿Qué fue del general Cantillo?
- Cantillo fue arrestado y fue sancionado a un número de años de cárcel y después lo soltamos.
- ¿Cuándo entra usted en La Habana?
- Cuando yo salgo de Santiago, dos mil hombres del ejército que habían estado combatiendo contra nosotros se han sumado a los trescientos oficiales de El Caney, y se unen a nosotros. Lo perfecto es unirse. Yo trato de mantener en el ejército a esos dos mil hombres, que es algo verdaderamente difícil; pero se vienen conmigo. Entonces invito a esos dos mil soldados con sus armas -tenían los tanques Sherman que nosotros no sabíamos manejar, artillería…-, y, como aquello estaba por definir todavía… Yo vengo para La Habana con mil soldados rebeldes y dos mil soldados de las mejores tropas batistianas. Aquéllos estaban dispuestos a morir, y éstos con más razón. Vienen conmigo y vienen manejando los tanques, ninguna gente nuestra sabía manejar ningún tanque de ésos, y venían felices. Bueno, era un baño de multitudes, era un mar de multitudes. Yo tardé ocho días en llegar a La Habana porque en cada una de las capitales de provincia tenía que detenerme y dar un acto. Óigame, sólo en tanque se podía pasar, no se podía ir ni en camión ni en nada. Ya no hubo resistencia, a los pocos días terminó. La huelga siguió, la gente estaba entusiasmada con la huelga cuando ya no hacía falta ninguna huelga; pero ya después estaba todo el mundo de fiesta. Llegué el día 8 de enero de 1959 a La Habana, después de dar actos por todo el recorrido; fui a Cienfuegos, donde había estado preso también en mis años estudiantiles. Bueno Camilo y el Che esperaban aquí. En La Habana, el Movimiento 26 de Julio había tomado todas las estaciones de policía.
- ¿Desde el 1º de enero?
- Sí, la misma gente nuestra; aun antes de que llegaran Camilo y el Che, ya habían tomado todas las estaciones de policía, el Movimiento 26 de Julio, la gente de Acción y Sabotaje. Hubo muchos muertos, eran muy valientes; pero no tenían, digamos, aquella veteranía de las montañas; había mucha gente que prefería los riesgos de la ciudad a los sacrificios de subir y bajar las lomas. Muchos, que eran excelente gente combatiendo en las ciudades, eran pésimos guerrilleros, porque en la guerrilla lo duro es subir y bajar las lomas… Así es la guerrilla y así son los hombres; pero se hacían más fuertes, más resistentes. Ésa era la situación.
- Así se termina la guerra.
- Nuestro ejercitó creció muy rápido al final, porque en el mes de diciembre de 1958 sólo tenía tres mil hombres sobre las armas, con armas de guerra. Y cuando se ocuparon todas las armas, el 1º de enero de 1959, nuestro ejercitó se elevó, en unas cuantas semanas, a cuarenta mil hombres. Pero la guerra la ganaron, en menos de dos años, tres mil hombres.
(Gentileza Editorial Debate, Editorial Sudamericana)
Fuente: Revista Debate
- ¿Columbia y La Cabaña eran los dos grandes cuarteles de La Habana?
- Sí. Fíjese. La primera fortaleza de La Habana era Columbia, ahí va Camilo. Allí estaba el Estado Mayor del ejército. En la otra gran fortaleza, La Cabaña, está el Che. Ése es un momento bueno. Son jefes militares con dos poderosas unidades, Camilo esta más en la organización, porque había asesores norteamericanos y estaban allí tan tranquilos. El Che lo que empieza inmediatamente, desde luego, es a darles clases a todos aquellos campesinos, a hacer escuelas allí, y a instruir a la gente. Como primera tarea de jefe militar, quiere hacer su programa de alfabetización y enseñar a toda aquella gente. Camilo, en el cuartel Columbia, saca a unos oficiales que estaban presos, que tenían gran prestigio, un coronel, que quería hacer todavía un ejército y mantener la moral de los que estaban allí. Los llevaron al Estado Mayor y querían hablar conmigo. Les digo: “Díganle al coronel Barquín -era un coronel con prestigio, había estudiado en Estados Unidos- que en Columbia no hablo más que con Camilo. Y en La Cabaña, con el Che”. Ellos trataban de arreglar y buscar pero no les dimos ni la menor chance. No se perdió un minuto, ni un segundo. Fue todo el pueblo.
- ¿Qué fue del general Cantillo?
- Cantillo fue arrestado y fue sancionado a un número de años de cárcel y después lo soltamos.
- ¿Cuándo entra usted en La Habana?
- Cuando yo salgo de Santiago, dos mil hombres del ejército que habían estado combatiendo contra nosotros se han sumado a los trescientos oficiales de El Caney, y se unen a nosotros. Lo perfecto es unirse. Yo trato de mantener en el ejército a esos dos mil hombres, que es algo verdaderamente difícil; pero se vienen conmigo. Entonces invito a esos dos mil soldados con sus armas -tenían los tanques Sherman que nosotros no sabíamos manejar, artillería…-, y, como aquello estaba por definir todavía… Yo vengo para La Habana con mil soldados rebeldes y dos mil soldados de las mejores tropas batistianas. Aquéllos estaban dispuestos a morir, y éstos con más razón. Vienen conmigo y vienen manejando los tanques, ninguna gente nuestra sabía manejar ningún tanque de ésos, y venían felices. Bueno, era un baño de multitudes, era un mar de multitudes. Yo tardé ocho días en llegar a La Habana porque en cada una de las capitales de provincia tenía que detenerme y dar un acto. Óigame, sólo en tanque se podía pasar, no se podía ir ni en camión ni en nada. Ya no hubo resistencia, a los pocos días terminó. La huelga siguió, la gente estaba entusiasmada con la huelga cuando ya no hacía falta ninguna huelga; pero ya después estaba todo el mundo de fiesta. Llegué el día 8 de enero de 1959 a La Habana, después de dar actos por todo el recorrido; fui a Cienfuegos, donde había estado preso también en mis años estudiantiles. Bueno Camilo y el Che esperaban aquí. En La Habana, el Movimiento 26 de Julio había tomado todas las estaciones de policía.
- ¿Desde el 1º de enero?
- Sí, la misma gente nuestra; aun antes de que llegaran Camilo y el Che, ya habían tomado todas las estaciones de policía, el Movimiento 26 de Julio, la gente de Acción y Sabotaje. Hubo muchos muertos, eran muy valientes; pero no tenían, digamos, aquella veteranía de las montañas; había mucha gente que prefería los riesgos de la ciudad a los sacrificios de subir y bajar las lomas. Muchos, que eran excelente gente combatiendo en las ciudades, eran pésimos guerrilleros, porque en la guerrilla lo duro es subir y bajar las lomas… Así es la guerrilla y así son los hombres; pero se hacían más fuertes, más resistentes. Ésa era la situación.
- Así se termina la guerra.
- Nuestro ejercitó creció muy rápido al final, porque en el mes de diciembre de 1958 sólo tenía tres mil hombres sobre las armas, con armas de guerra. Y cuando se ocuparon todas las armas, el 1º de enero de 1959, nuestro ejercitó se elevó, en unas cuantas semanas, a cuarenta mil hombres. Pero la guerra la ganaron, en menos de dos años, tres mil hombres.
(Gentileza Editorial Debate, Editorial Sudamericana)
Fuente: Revista Debate
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